El imaginario colectivo está repleto de fotografías horripilantes, muchas de ellas alejadas de nuestra cotidianeidad, aberraciones de lo humano sólo posibles (pensamos) en situaciones extraordinarias y con mentes abyectas de por medio. Pero podemos tolerar el horror desde la distancia por muy repugnante que sea. Podemos convivir con la masacre mostrada en televisión, lo que no soportamos es la idea de cruzarnos con la muerte por el pasillo, en pijama y con pantuflas.

Por eso  nos cuesta ponernos en el lugar de un fotógrafo que se ganase la vida hace un siglo retratando cadáveres o en el de sus clientes. Sin embargo, en una sociedad en la que la convivencia con la muerte era más estrecha y en la que la posibilidad de retratarse en vida sólo apta para algunos, la fotografía post mortem era una práctica común.

Volviendo a las lejanías tolerables, sí elaboramos catálogos de «enemigos públicos» derrotados. Sin embargo es la práctica en el ámbito doméstico la que resulta más desconcertante, aunque la exhibición de trofeos de caza humanos no se quede muy atrás.

Fotógrafo realizando un retrato post mortem

Fotógrafo realizando un retrato post mortem

Además la fotografía post mortem iba acompañada de todo tipo de parafernalias derivadas de los requerimientos de la técnica fotográfica del momento y las obvias dificultades para una escenificación más o menos agradable. Los soportes para aliviar el cansancio de los retratados vivos pronto se usó para dotar a los difuntos de posturas más naturales. El caso de las «madres ocultas«, tapadas con telas o escondidas tras la silla para sujetar al niño durante el largo tiempo de exposición supone una vuelta de tuerca al aire siniestro de estas imágenes.

Hoy en día, perdida esa cercanía, es poco habitual encontrar encontrar miradas que se salgan bien de la investigación, bien del morbo; claro que hay gente para todo y algunos recuperan la tradición, principalmente con bebés a los que no hubo tiempo de retratar vivos, a veces incluso llevándolo al ámbito 2.0 (aunque a Facebook no le haga mucha gracia).