Este año me han tocado en el mes de agosto mis vacaciones de verano. Soy jueza, especializada en derecho laboral. Decidí que este mes mío de vacaciones, que lo iba a pasar en un balneario junto a mi padre anciano, también jurista, lo invertiría en leer y releer el más famoso de los libros: “Don Quijote de la Mancha”. Me sentaba en mi hamaca del balneario, junto a mi padre, y leía el Quijote e iba tomando notas relacionadas con mi profesión. Mi padre me ayudaba en la tarea, pues él fue en su juventud gran lector de Cervantes. Preparaba un artículo para el congreso que se iba a celebrar en París durante el otoño, un congreso sobre las nuevas relaciones laborales. Había una sección académica dedicada a las relaciones laborales a lo largo de la Historia de Europa y de la Antigüedad.

Escogí el Quijote para mi ponencia porque mi padre me animó. Me di cuenta de que hoy en día la relación laboral de Don Quijote y Sancho resultaría inexplicable y atroz. Prácticamente una relación laboral de carácter extraterrestre, dijo mi padre. Sin embargo, Sancho parece feliz. No se excluye de la felicidad de Sancho la sensación del deber cumplido. Podemos incluso pensar que la felicidad de Sancho es de carácter laboral. Se siente realizado en su trabajo, pese a ser un trabajo sin remuneración periódica. ¿Hace Sancho penitencia ocupacional acompañando a semejante loco, como si fuese un becario? Podría pensarse en la siguiente traslación histórica: el escudero como becario, o como trabajador en prácticas. Como si Sancho cursase un máster en caballería andante; desde ese punto de vista no cabe responsabilidad contractual por parte de Don Quijote sino responsabilidad docente, y más bien tendría que ser Sancho quien tuviera que abonar algún tipo de matrícula o pago a Don Quijote, dije yo.

Claro que no son estudios reglados ni homologados, eso complica la relación de nuevo, dijo mi padre

De otra parte, ¿Es masoquista Sancho, le gusta que le peguen, que lo manteen, que se rían de él, como si fuese un profesor interino de universidad o de instituto? Puede pensarse que la condición de Sancho no sea la de estudiante de posgrado, sino la de un simple interino, víctima de un contrato esclavizante que ni siquiera tiene forma escrita, dije yo.

A Sancho no le importa que se rían de él, eso sí es laboralmente revolucionario; podríamos llamar a eso “atávica indiferencia laboral”, dijo mi padre. ¿Cómo calificar esa indiferencia en términos de las modernas relaciones contractuales? La humillación en las modernas relaciones laborales ha de tener un plus económico generoso. Ambos, Don Quijote y Sancho, son los receptores de la risa globalizada, que algún valor relevante debiera tener en los mercados internacionales y en la prima de riesgo española, habida cuenta del déficit humorístico existente en la mundialización económica. La globalización carece de sentido del humor, dije yo. Los dos grandes payasos de la tierra, Don Quijote y Sancho, no tienen inconveniente en aceptar su condición humorística: creo que eso podría dar lugar a un trabajo honesto y bien pagado, dijo mi padre. Este trabajo, tanto Don Quijote como Sancho, lo hacen como trabajadores autónomos, no son funcionarios, ni trabajan para ninguna empresa del espectáculo, ninguna sala de fiestas o ningún circo. Tampoco tienen subvenciones públicas de ningún ministerio, dije yo. Sería difícil saber a qué Ministerio público podrían pedir una subvención: ¿A Cultura? ¿A Exteriores? ¿A Trabajo? ¿A Sanidad, habida cuenta de la locura del protagonista? Claro, allí hay que constatar la ausencia de afiliación a la Seguridad Social de los dos héroes cervantinos, dijo mi padre.

Hay mucha crueldad en el Quijote; crueldad que, mirada desde la posibilidad de un convenio, hace que el trabajo de estos dos seres sea de alto riesgo psicológico. Allí habría que reclamar un seguro médico privado donde estuviera bien cubierto el ámbito psiquiátrico y psicológico, dije yo. En cuanto a cuestiones mediáticas, cabe preguntarse: ¿Cuál es la fama de Sancho? La más vulgar de la tierra. ¿Y la fama de su amo? La de un pobre diablo que llama más a la caridad que a la censura. Pero Cervantes siempre se apresuró a caracterizar a Don Quijote como un hombre bueno, y a Sancho como al santo ignorante, dijo mi padre. La ignorancia está en la base de la conculcación de los derechos laborales de Sancho. Los dos héroes cervantinos viven sin amparo sindical. No reparan en el gasto que hacen de sus herramientas de trabajo. Compran ellos mismos sus armaduras, armas, vestimentas, etc. Tampoco tienen dietas alimenticias. Eso les pasa por ser autónomos, dije yo.

No tienen horarios, y eso hace que no piensen en sus derechos como trabajadores de la comedia, dijo mi padre.

Seguí investigando en la naturaleza contractual de las relaciones laborales entre Don Quijote y Sancho. Me di cuenta de que eran inexistentes. Creo que estás escribiendo una ponencia exquisita, dijo mi padre. Qué bien se está en este balneario, dije yo. Los camareros son muy amables, dijimos los dos al mismo tiempo.


 

Manuel Vilas

slider-Manuel-Vilas-foto-Columna-VillarroyaManuel Vilas (Barbastro, 1962) es escritor. Participa en Periferias 2012 en el recital Tres en raya.