Primera parte: aproximación al arte africano

Las contradicciones en la observación de África son inevitables; la constatación de una realidad tan diferente como ajena a nuestra propia forma de mirar, vivir, y pensar; la dignidad de unos pueblos que se debaten entre la occidentalización, como medio de adaptación y supervivencia, y el sostenimiento de su propia identidad. Pueblos sometidos de forma dramática, por un lado a sistemas occidentales y por otro a sistemas despóticos de sus propios gobernantes que han aceptado las premisas neocoloniales, a costa de la destrucción de la identidad y los valores de su propia cultura.

El sostenimiento del sistema de esclavitud colonial y el posterior sistema neocolonial, han necesitado a lo largo de la historia una justificación que permita a occidente un intervencionismo basado en un complejo sistema intelectual. Dentro de este sistema, el arte ha jugado un papel importante, y junto con la economía y el concepto de desarrollo occidental, hacen insostenible un marco global establecido en términos de justicia.

Uno de los instrumentos que ha utilizado Occidente, ha sido la negación del logro de las manifestaciones artísticas negroafricanas, bien a partir de la denigración, bien a partir de la desestimación. Denigración que ha llevado a afirmar las manifestaciones artísticas negras como simples objetos curiosos, carentes de valor estético, que como tales debían de permanecer fuera de los museos de Bellas Artes e integrados en los Museos Etnográficos. Cuando la evidencia de sus logros ha sido inevitable, la manipulación ha llegado a instalarse en la conciencia de nuestra sociedad, hasta conseguir que culturas evidentemente africanas como la egipcia se identifique como mediterránea, desvinculándola de las específicamente africanas.

África es diferente. Diferente hasta constituirse con una peculiaridad que exige de un proceso de comprensión lento y amplio. Las propuestas negroafricanas son el resultado de un desarrollo legítimo, de unas opciones, que han llevado a algunas sociedades a conclusiones totalmente opuestas en la forma y manera de concebir el mundo, el hombre, la sociedad y las relaciones entre las diferentes realidades. En cuanto a forma, sus manifestaciones, que nosotros consideraríamos artísticas, se afirman plástica y estéticamente como mucho más que simples objetos curiosos y primitivos.

Aún así, fueron y son privadas de su espacio dentro del marco occidental, salvo como influencia sobre nuestros artistas o como objeto de simple mercado del arte. Asimilamos los objetos y los trasformamos adaptándolos a nuestros propios términos, desestimando gran parte de su potencial y privándolos de su contenido esencial. La falta de contexto del objeto africano no se debe a los problemas generados en el proceso de introducción en Occidente, sino más bien en la falta de aceptación del propio marco del objeto subsahariano en sí mismo.

El conocimiento indirecto en que se basa el pensamiento occidental, trasforma la realidad en representación; nos distancia de lo real impidiendo un acercamiento directo. Esta diferencia en el modo de conocimiento y de acercamiento a la realidad, es uno de nuestros grandes problemas a la hora de acercarnos a una exposición de arte negroafricano, puesto que el arte negro se relaciona con la realidad de forma directa, no conceptual, ya que se concibe de forma perceptiva.

Mirar y mirarse son dos cualidades básicas del proceso artístico. Pero la mirada se convierte en un proceso de búsqueda y al igual que conferimos una credibilidad hacia ciertas fuentes, también y de la misma forma otorgamos credibilidad a ciertos objetos. En el caso de los objetos negros la credibilidad tiene una gran base de creibilidad; los objetos se nos hacen creíbles en virtud de su autenticidad, basada en gran parte en la sinceridad con la que un obrador o la sociedad en la que actúa, nos ofrece un trabajo de valor. El valor, fuertemente devaluado en nuestra sociedad, se reposiciona para permitirnos una comprensión más plena y completa de los diferentes aspectos que dan sentido al conocimiento artístico.

 

Segunda parte: estética de la mirada negra

La forma negroafricana no está construida una vez terminado el objeto,

permanece pero no es estática;

cambia pero no se agota.

La forma negra es una experiencia temporal,

donde la sensación no necesita de certeza sino únicamente de presencia.

Es una sensación dimensional, plástica, que ocurre, sucede;

una sensación con historia, que de alguna manera se encuentra presente delante del espectador.

La obra negroafricana tiene presencia,

quieta,

inmóvil,

fría.

Esconde “algo”;

esconde y abarca un silencio; esconde su silencio y abarca el nuestro, como si quisiera jugar con la mirada;

entonces se escapa de su propia apariencia y desaparece;

regresa al mundo de lo invisible.

Esa presencia le da libertad de hablar sin tener boca, mirar sin tener ojos, sentir sin tener manos.

Sin duda un silencio negro poderoso aquel que es capaz de dar palabra a lo mudo, vista a lo ciego, tacto a lo manco.

Un silencio poblado de dos mundos; el natural y el sobrenatural.

La forma negroafricana es un juego entre lo visible y lo invisible,

un «campo libre de acción creadora»,

en el que nos sumergimos, “activa y receptivamente en una interferencia de ámbitos; es un suceso dialógico. A partir de ese momento los elementos quedan transfigurados y adquieren trasparencia, la cual nos hace participar de modo inmediato en la presencia de las cosas” (López Quintas, 1987).

La escultura negroafricana nos permite ver lo invisible;

proyectar la mirada hacia la forma, liberándonos de la necesidad de dependencia y control de la realidad. El escultor ejecuta la forma y esta se abre a la realidad, situándose por encima de la misma para convertirse en un campo de resonancias.

Forma y materia heredan desde la mirada, y a la vez participan, de ese «depósito enorme de poesía» (Marcel Proust, 1985), siendo, como decía Merleau-Ponty «esa posibilidad de ser evidente en lo eterno», ya que “dolorosa y embriagadoramente […] todo se tornan figuraciones, imaginaciones, fantasmas» (Calvo Serraller, 1992), donde respiran juntos lo visible y lo invisible.

 

El autor

ALFONSO REVILLA

ALFONSO REVILLA

Alfonso Revilla realizó su formación en las universidades de Zaragoza, Salamanca y la Universidad Complutense de Madrid, licenciándose en Educación (por la universidad de Zaragoza) y Bellas Artes (por la Universidad Complutense). Una vez finalizadas las licenciaturas, realiza varias estancias en África occidental, la primera en Costa de Marfil donde toma contacto con Baules y Senufos para conocer sus expresiones artísticas; tanto con escultores como con pintores desde Abijan hasta Ferquesedougou. En una segunda estancia en Mauritania y Mali se acerca a los trabajos de los Dogon y Bamana. En ambas estancias desarrolla varios proyectos fotográficos y expositivos.

En la actualidad coordina la docencia e investigación en la Universidad de Zaragoza, con la realización de varios proyectos artísticos y expositivos en diferentes fases. En el ámbito de la docencia e investigación mantiene varias líneas de investigación en didáctica del arte negroafricano. Realiza, al mismo tiempo, varios proyectos de innovación docente de la Universidad de Zaragoza, junto con el trabajo en el Grupo de Investigación del Gobierno de Aragón (GICID).