Ellen Steinberg nació el 23 de julio de 1954 en Philadelphia. Tras una infancia feliz, con 17 años se fue a vivir a una comuna hippie en Tucson, Arizona. En 1972 la futura Annie Sprinkle vendía palomitas en un cine cuando se proyectaba el gran éxito de la temporada, Deep Trouth, una película porno de bajo presupuesto en la que la protagonista sufre por su incapacidad de sentir orgasmos hasta que un amable doctor descubre que tiene el clítoris caprichosamente situado en la faringe. Y ella comienza a practicar voraces felaciones para su propio deleite. Hasta Jackie Kennedy fue sorprendida saliendo de ver Garganta profunda, que se exhibía en cualquier cine y no sólo en las salas X.

El presidente Nixon declaró la guerra a esta película y a quienes la mostraran. Cuanto más perseguida era, más gente iba a verla. El estado de Arizona decidió cerrar el cine donde trabajaba Ellen por obscenidad y ella fue llamada a declarar en el juicio. Durante las dos semanas que duraría el proceso, compartió la sala donde esperaba su turno para testificar con el director Gerard Damiano, “un caballero italiano de 46 años, guapo y encantador”. Se aburrían, decidieron aprovechar el tiempo y él le enseñó a practicar mamadas con la técnica garganta profunda. Se hicieron amantes, ella se mudó a Nueva York y así nació la estrella del porno Annie Sprinkle. La primera de las 150 cintas que rodaría se llama Blow Some My Way. “Cuando empecé a hacer películas en los setenta era mucho más fácil y divertido. Éramos un grupo de hippies con muchas ganas de follar.”

Los fines de semana se empleaba en un elegante salón de masajes de Manhattan, el Spartacus Spa. Era sexualmente tan desinhibida que tardó dos meses en darse cuenta de que estaba trabajando como puta. Durante décadas, se consagraría abierta, feminista, responsable, artista y apasionada a ambas facetas del trabajo sexual: actriz porno y prostituta. Afirma orgullosa que si sumara en una línea ascendente la longitud de todas las pollas que se ha metido en la boca a lo largo de su carrera, alcanzaría el Empire State. Ha interactuado sexualmente con miles de hombres, mujeres, transexuales. En una de sus películas, folla con un excombatiente con el cuerpo abrasado por el napalm.

“Era mi amante y lo consideraba muy bello. En el porno cabe todo el mundo.”

Toda su vida, su obra, su política, están impulsadas por el mismo dilatado e inagotable amor por la humanidad.

Aunque como le sucediera a Olympe de Gouges dos siglos antes, la inquieta Annie Sprinkle no había nacido para interpretar los argumentos de otros. En 1981 se dirigió a sí misma por primera vez en Deep Inside Annie Sprinkle (muy adentro de Annie Sprinkle). La estrella del porno habla directamente a cámara, a un público que deja de ser tratado como voyeur, y narra su vida, desvela su nombre legal, muestra fotos de su familia. Deconstruye así el fetiche de actriz porno lejana y sumisa a un guión. Detalla verbalmente los mecanismos del tan ignorado orgasmo femenino mientras se muestra a si misma proporcionándose climax múltiples con un vibrador. Irrumpe en una sala de cine X en la que se está proyectando una película suya y regala felaciones a sus atónitos admiradores.

Deep Inside Annie Sprinkle fue celebrada tanto por la crítica como por el público; sería la segunda película porno más taquillera de 1981 en los Estados Unidos. Entonces, nadie imaginaba que el floreciente, disparatado y creativo mundo del porno estaba a punto de cambiar drásticamente. Llegarían las cámaras de vídeo y con ellas la reducción de los guiones a su mínima, mecánica y repetitiva expresión genital transformando el oficio en industria. Llegaría la crisis del SIDA, el porno se oscurecería con la muerte y no toda la profesión iba a estar dispuesta a asumir la responsabilidad de mostrar sexo seguro. Llegaría la era Reagan, y la nueva derecha iba a encontrar a unas inusitadas aliadas en su programa de puritanismo cultural: las feministas. O, al menos, gran parte de ellas.

En 1981 Annie había cumplido 27 años y se sentía cada vez más empoderada como artista y como puta. No iba a dejarse arrollar por los tiempos aguafiestas que se avecinaban. Mientras el porno se transformaba en industria reduciendo todas las posibilidades de diversión y subversión, Annie Sprinkle siguió creciendo como creadora, dirigiendo e interpretando sus propios relatos sexuales. Empeñada en liberar al público de la clandestinidad, la soledad, la ignorancia y la culpa, saltó de las pantallas a los escenarios y se esmeró en ofrecer también instrucción sexual. En su desmedido afán por expandir las posibilidades del placer, experimentó el BDSM, la sexualidad tántrica, rodó lluvias doradas, eyaculaciones femeninas y sexo con sangre menstrual, penetraciones con puños y con muñones,… En 1989 grabaría la primera película porno que muestra escenas de sexo entre una mujer y un transexual masculino.

Annie Sprinkle había reventado gozosamente todos los límites culturales de la representación sexual. Era cada vez más autónoma, más audaz, más sabia, y también más ajena a la económicamente boyante aunque narrativamente empobrecida industria del porno. Cuando compañeros y amantes comenzaron a morir de SIDA [1], se comprometió para siempre a mostrar sexo seguro, volviéndose todavía más maldita para el porno comercial. Mientras tanto, en los Estados Unidos se habían desatado las Guerras Feministas del Sexo en las que Annie se implicaría desde la responsabilidad, la inteligencia y el entusiasmo que impulsan todo cuanto hace.

A mediados de los 70, parte del movimiento feminista comenzó a obsesionarse con la pornografía y a definirla como categóricamente degradante para las mujeres. La escritora Andrea Dworkin y la jurista Catharine MacKinnon entre otras fundaron en 1979 la organización Women Against Pornography (WAP) con la que pretendían volver a centralizar el feminismo con un objetivo común aglutinador: prohibir la pornografía. Dieron entonces una salto cualitativo muy peligroso, ya no se trataba sólo de articular una crítica feminista de la cultura patriarcal, sino de intervenir, de cambiar las leyes para eliminarla. Y se convirtieron en censoras. Cuando Ronald Reagan llegaba a la Casa Blanca en 1981 y emprendía su reacción mesiánica, WAP no dudó en aprovechar la oportunidad. No importaba que sus nuevos aliados republicanos fueran antifeministas en todo lo demás, estaban de acuerdo en lo más importante para ellas que era borrar todo rastro de pornografía.

Andrea Dworkin y Catharine Mackinnon idearon un modelo de ordenanza para presentar en los ayuntamientos a través de la que cualquier mujer pudiera denunciar la producción, venta, exhibición y distribución de pornografía en la ciudad con el argumento de que se sentía agredida. Para evitar que la publicación de estos materiales fuera amparada por la primera enmienda que defiende en la Constitución de los Estados Unidos la libertad de expresión, afirmaron que la pornografía violaba los derechos civiles de las mujeres.

Las feministas de WAP aseguraron que los hombres sentían el irrefrenable deseo de violar a las mujeres y que consumir pornografía les insuflaba aún más ese deseo. Una de sus máximas fue, “la pornografía es la teoría, la violación es la práctica.” Por supuesto, jamás lograron probar científicamente esta tesis, ni siquiera lo intentaron. Sólo les importaba ganar y acababan de descubrir dos ventajosas estrategias: aliarse con la siempre poderosa derecha y mostrar a las mujeres categóricamente como víctimas. Las líderes de WAP se autoerigieron portavoces de todas las mujeres y mandaron callar a las que no pensaban como ellas. Por supuesto, no se pararon a escuchar a una puta llamada Annie Sprinkle que había inaugurado su propio discurso sexual feminista con esa película que triunfó en 1981 y cuya sola existencia dinamitaba su monolítica teoría sobre la naturaleza feminicida de la pornografía.

Lo intentaron primero en 1983 en Minneápolis, pero el alcalde acabó vetando la ordenanza. Llegaría a aprobarse en otras localidades hasta que fue declarada inconstitucional en 1988. Eso sí, traspasó fatídicamente fronteras. En 1992 Canadá adoptaba legalmente la propuesta de WAP para prohibir la pornografía… gay. Andrea Dworkin, que era una feminista radical y se identificaba como lesbiana [2], montó en cólera. Pero el daño ya estaba hecho.

Claro que no todas las feministas en Estados Unidos se sumaron a la cruzada de WAP y los debates sobre la sexualidad de las mujeres se reactivaron al calor de las disputas sobre la pornografía inaugurando el llamado feminismo pro-sexo y el feminismo anti-censura. En 1982 tenía lugar en la Universidad de Columbia un encuentro llamado “Hacia una política de la sexualidad”, que fue boicoteado por las feministas anti-pornografía [3], y del que saldría un libro memorable, Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina. Su compiladora Carole S. Vance introduce con estas clarificadoras palabras la encrucijada respecto al sexo en que se encontraba (y se encuentra a menudo todavía hoy) el feminismo.

“La sexualidad es simultáneamente un terreno de restricción, represión y riesgo, así como también de exploración, placer y acción. Pensamos que esta doble dimensión es importante, ya que hablar solamente de placer y gratificación conduce a ignorar la estructura patriarcal en que actúan las mujeres, pero a la vez referirse únicamente a la violencia sexual y a la opresión conduce a ignorar la experiencia de las mujeres en su elección y actividad sexuales, e inconscientemente incrementa el terror sexual y la desesperación en que éstas viven.”

La antropóloga Gayle Rubin aportó un texto imprescindible advirtiendo ya en 1984 que históricamente toda persecución sexual siempre había acabado cebándose con las comunidades más estigmatizadas, que se iba a dar caza a los gays y no a los machos heterosexuales, como de hecho sucedió en Canadá. Pero las feministas pro-sexo no sólo teorizaban sobre la ley y el deseo. Gayle Rubin había fundado junto a otras en 1978 en San Francisco el primer colectivo que se conoce de lesbianas BDSM. Para las feministas de WAP, que contraponían una sexualidad idílica, dulce y difusa de las mujeres frente a los supuestos instintos depredadores masculinos, aquello era el colmo. ¡Bolleras sadomasoquistas!

Pero, además de defender una política sexual constructiva, gran parte del feminismo se opuso frontalmente a promover la censura como medio para obtener ningún beneficio para las mujeres, más aún al comprobar el entusiasmo con que las propuestas de WAP eran recibidas por la derecha. Entre muchas otras, Kate Millet, Vivian Gornick, Adrienne Rich, Rita Mae Brown y también Betty Friedan, se involucraron en el movimiento anti-censura. Desde entonces y en todo Occidente, muchas veces los gobiernos han utilizado la defensa de las mujeres como excusa para reforzar los sistemas de control legales y policiales, para menoscabar las libertades ganadas a pulso por la población. Y para apuntalar de paso esa misma estructura heteropatriarcal que revictimiza en bucle a las mujeres y que las propias feministas resquebrajamos. Para mí esta es una de las encrucijadas ineludibles ante las que se encuentra hoy el movimiento feminista.

Por supuesto, Annie Sprinkle se involucraría al instante con el feminismo pro-sexo, tanto política como carnalmente.

“Mi padre y mi madre se identificaban como feministas. Cuando me metí en el porno, pensé que entonces yo no era una feminista porque había oído que estaban en contra del porno. Pero después a los 30 fui a la universidad y tomé una clase de Estudios de Género, y aprendí lo que realmente era el feminismo. También, en ese tiempo, la idea de feminismo positivo con el sexo apareció como respuesta al feminismo anti-porno. En el minuto en que oí el término feminista pro-sexo o feminista pro-porno, me convertí en feminista.”

La obra quizás más conocida de Annie Sprinkle es Public Cervix Announcement, una performance repetida durante años [4] en infinidad de países y espacios, incluidos museos, en la que la porno-artista se recuesta con las piernas abiertas mientras un espéculo dilata su vagina para que quien lo desee pueda vislumbrar su cérvix con una linterna. Nunca ninguna mujer enseñó tanto ni de una manera tan empoderada. Las imágenes la muestran vestida de pin-up, sonriente y relajada, y al público, agradecido. Annie Sprinkle exhibe las profundidades de la anatomía femenina con un amor y una naturalidad que neutralizan la patriarcal demonización del coño.

Annie Sprinkle Public Cervix Announcement from uncovered emotions on Vimeo.

En 1982 se publicaba El punto G y otros descubrimientos recientes sobre la sexualidad humana, un libro que fue recibido como ciencia ficción porque aseguraba que las mujeres podían correrse abundantemente. En aquellos años la genitalidad femenina era como el Triángulo de las Bermudas, casi nadie se aventuraba a internarse en sus complejidades. La inquieta Annie invitó a almorzar en su casa a uno de los autores, el sexólogo y ministro de la iglesia John. D. Perry, con un grupo de amigas. Ella tenía la sensación de eyacular pero todavía no estaba segura, así que instó al amable doctor a que localizase los centímetros detonadores en el interior de su vagina. La experiencia fue reveladora para todo el grupo, incluido el señor Perry.

Hoy Annie Sprinkle es una de las mayores expertas sexólogas del mundo, en 2002 obtuvo el doctorado en el Instituto de Estudios Avanzados en Sexualidad Humana de San Francisco. Obsesionada con indagar en las olvidadas posibilidades del orgasmo femenino, en otra de sus actuaciones sube a un grupo de mujeres al escenario y, cual reina del akelarre, las conduce al climax por la respiración ante la maravilla del público. Annie Sprinkle asegura que las mujeres pueden experimentar siete tipos de orgasmos diferentes, uno de ellos incluye tres variables del orgasmo vaginal. Su afán por expandir instrucción sexual le ha llevado a montar consultorios gratuitos en plena calle.

Como activista sexual una de sus luchas cruciales es la defensa de las putas, no en vano trabajó durante veinte años “en los mejores e incluso en los peores burdeles de Nueva York”. La astuta Annie Sprinkle desactiva el estigma positivizando la imagen social de las trabajadoras del sexo, agradeciéndoles sus “servicios prestados a la comunidad”. Pero es dolorosamente consciente del avasallamiento permanente en que viven las prostitutas. “He experimentado enormes cantidades de hostigamiento por parte de sectores sexofóbicos, ignorantes e intolerantes con sus leyes arcaicas, clasistas y misóginas. Es mezquino y absurdo que el sexo consensuado sea un crimen.” De todas las acusaciones disparatadas que la policía ha formulado contra Annie Sprinkle en sus cuatro décadas de puta multimedia, “conspiración para cometer sodomía” es su favorita.

En 2003 un padre de familia de Seattle que había aniquilado a unas noventa mujeres durante veinte años reconocía que “eligió a prostitutas porque sabía que podía matar a cuantas quisiera sin ser descubierto”. Si la violencia contra las mujeres es estructural, la violencia contra las putas suele quedar además impune, incluso se justifica socialmente con el despiadado argumento de que ellas se lo han buscado por su inconveniente modo de vida. Annie Sprinkle consternada propuso el 17 de diciembre como Día Internacional para Eliminar la Violencia Contra las Trabajadoras del Sexo.

Toda su vida ha promovido que las putas se organicen y velen por su salud y su seguridad, dedicó su tesis doctoral a investigar los aprendizajes concretos que pueden capacitar profesionalmente a las trabajadoras del sexo. Como la actriz y directora de cine porno lesbiana Sharon Mitchell, quien tras defenderse de un acosador que la había violado y estaba a punto de matarla, estudió sexología y montó una clínica especializada en la salud sexual de trabajadoras y trabajadores de la industria del sexo.

Mientras hoy un sector del feminismo arrimado a las instituciones y que ha imitado la estrategia del lobby de las líderes anti-pornografía de principios de los 80, conspira esta vez para tratar de prohibir la prostitución, trabajadoras del sexo en todo el mundo se afanan en enseñar a las putas más vulnerabilizadas a cuidar de sí mismas, como Annie Sprinkle, Sharon Mitchell o las italianas Carla Corso y Pia Covre con su programa Stella Pollare. Las abolicionistas de la prostitución consideran que las putas son las víctimas cardinales del patriarcado, sin embargo no sólo no velan por su seguridad sino que además combaten a quienes sí cuidan de ellas. Con las putas pasa algo sorprendente: socialmente son consideradas las únicas víctimas que merecen su castigo.

Los dos asuntos que más controversia interna han generado en el feminismo blanco occidental en las últimas décadas son la pornografía y la prostitución, dos fenómenos sociales que ocupan a una minoría de mujeres pero que atañen explícitamente a la sexualidad. Desde hace décadas también hablamos de feminismos en plural porque no necesitamos ponernos de acuerdo en todo y no aceptamos mando entre nosotras. Sin embargo, las que quisieron prohibir la pornografía hace treinta años y las que quieren prohibir hoy la prostitución tratan de impedir el debate y las diferencias de posturas [5]. Eso sí, ni las anti-pornografía de ayer fueron actrices porno [6], ni las abolicionistas de hoy han sido putas. Sinceramente, creo que este sector del movimiento feminista debería regalarse unas sesiones de diván, o más bien acudir a terapia sexual. Desde aquí propongo a Annie Sprinkle como sanadora. ¿De verdad la pornografía y la prostitución hacen más daño a las mujeres que el racismo, la pobreza o la violencia machista?

En 1991 Annie Sprinkle publicaba Post Porn Modernist, su autobiografía y manifiesto político. Su propio devenir como creadora y activista sexual situada frente a una industria que había arruinado culturalmente el porno y en medio de las Guerras Feministas del Sexo le llevó a formular ese novedoso lugar que ella había generado y al que denominó posporno. “Posporno es material sexual explícito, que no es necesariamente erótico, suele ser más irónico, más político, más experimental, más espiritual, más feminista, más alternativo, más intelectual que el porno. El posporno también está hecho para excitar, pero no unicamente a los hombres, y también está hecho para pensar, experimentar, dialogar.” La propuesta de Annie Sprinkle es directa, empoderante y contagiosa. “Si no os gusta el porno que hay, poneros a hacer el porno que os guste”. Desde entonces, la pornografía disidente ha proliferado cual plaga bíblica por todo el mundo.

La mujer que había pornificado el feminismo, con el nuevo milenio decidió pornificar el amor, la ecología y la fragilidad del cuerpo que enferma y envejece junto a su esposa, la artista Elizabeth Stephens. Se habían conocido en los 80 cuando Beth programó una de las obras de Annie para una exposición de arte que estaba comisariando. “Vino a mi apartamento. Pero yo era bastante heterosexual por aquel entonces, y ella tenía novia. Sentimos una energía bonita y nos gustamos. Después de la exposición, hicimos una sesión de fotos juntas para su proyecto final de carrera en 1992. Beth estaba trabajando sobre sexo y género. Se llamaba ¿Quién le hace zoom a quién? y abordaba la mirada femenina. Seguimos en contacto a lo largo de los años como amigas casuales. Y luego, un día, corrimos la una hacia la otra. Ella lo había dejado con la novia, yo había comenzado a interesarme por las mujeres y tuvimos nuestra primera cita que básicamente consistió en tres días en la cama teniendo sexo. Beth y yo empezamos a hacer proyectos creativos de una forma muy natural. Realmente amamos trabajar juntas la mayor parte del tiempo.”

Beth es profesora de la Universidad de Santa Cruz y tiene un buen seguro médico mientras que las trabajadoras del sexo suelen quedar desprotegidas en el sistema sanitario privado estadounidense, así que decidieron inscribirse como pareja de hecho para que Annie pudiera beneficiarse de su cobertura. Afortunadamente, porque en 2005 se le detectó a Annie un incipiente tumor maligno en un pecho y gracias al seguro médico de Beth, el proceso de curación “fue muy excitante y no tan terrible”. Se fotografiaron afeitándose la cabeza la una a la otra y besándose desnudas y calvas. Desdramatizaron y erotizaron el hospital con su Quimio-Fashion Show. Compusieron montajes fotográficos con las ecografías mamarias de Annie e imágenes suyas antiguas de pin-up y se explayaron en una obra de teatro llamada Exposed-Experiments in Love, Sex, Death and Art.

Las magníficas tetas de Annie Sprinkle siempre fueron emblemáticas en su trabajo mientras iban creciendo con las décadas al ritmo de su genialidad. Con ellas había bailado El Danubio Azul sobre los escenarios y también compuso cuadros impregnándolas en pintura. Ni la dolencia ni la madurez iban a hacerle esconder sus pechos, pero incorporó las experiencias adquiridas sobre el cuidado, sobre la pérdida de la lozanía, sobre el pudor de los cuerpos que incumplen los cánones estéticos pero que no renuncian a la plenitud sexual. E hibridó pornografía y ecologismo. “Tener cáncer nos hizo pensar acerca del medioambiente y la polución y acerca de cómo tanta gente tiene cáncer. Así que devinimos en activistas mediombientales enseguida. Al principio fue acerca de cuidar a la gente, pero después se transformó en cuidar también de la naturaleza, los animales, el agua,…”.

Desde entonces, Elizabeth Stephens y Annie Sprinkle se han dedicado a formular, experimentar y propagar el Ecosex. Consideran a la Tierra como una amante, exploran las experiencias eróticas con la naturaleza y la defienden del desarrollismo implicándose en las luchas ecologistas. En 2013 Beth filmaba la película Goodbye Gauley Mountain. An Ecosexual Love Story, un viaje de regreso a la sierra de los Apalaches donde se crío para relatar su historia de amor con Annie y denunciar la desaparición de montañas enteras por la minería al aire libre. Ambas imparten talleres ecosex, vuelven a subirse juntas al escenario con la obra Sexecología guarra. 25 maneras de hacer el amor con la Tierra y han celebrado quince bodas rituales entre América y Europa para celebrar el amor y posicionarse contra la guerra y contra toda forma de violencia hegemónica. Aquella chica risueña que se mudó a una comuna hippie con 17 años se siente hoy colmada de dicha con la vida insurgente, aventurera y lujuriosa que le ha dado Annie Sprinkle.

 


notas:

[1] “¡Mis almorranas me salvaron del SIDA!”, le escuché afirmar una vez a Annie Sprinkle. Se refiere a que la infección de VIH es mucho más fácil a través de la penetración anal que de la vaginal. Y antes de la pandemia, nadie utilizaba preservativos en el porno.

[2] Andrea Dworkin era una aguerrida mujer terriblemente dañada por abusos machistas. Aunque creo que no pudo equivocarse más en sus cruzadas, hay algo de ella que siempre me ha despertado empatía. Annie Sprinkle la escuchó en su acalorada intervención en aquella infausta Comisión Meese que encargó la administración Reagan en 1985 para que emitiera un informe desfavorable sobre la pornografía y con la que las feministas de WAP no dudaron en colaborar. “Era muy apasionada. Una increíble artista de la performance, de hecho. Todo el mundo en el porno realmente la odiaba y la menospreciaban. A mí no me desagradaba. Ella estaba hablando, vociferando, acerca de hombres violentos matando mujeres y niños y grabándolo en vídeo. Y de cosas realmente violentas. Que son cosas que pasan y me gustó que alguien hablara de ellas. Ella estaba obsesionada con el porno tanto como yo. Así que teníamos eso en común. Yo no estaba de acuerdo con la idea de censurar el porno para proteger a las mujeres. Pero básicamente tenía algunas de las mismas demandas en torno a la violencia. Cuando se murió no me sentí feliz. La gran mayoría de la gente que conozco estaba feliz. Pensé que ella era interesante y peculiar y que convertía el dedicarse al porno en algo más interesante. Una vez le escribí una postal, porque teníamos amigas en común. Pero nunca me respondió. Siempre quise conocerla. Pensé que podríamos tener un encuentro interesante. Pero nunca sucedió.” Sinceramente, creo que a Andrea Dworkin le hubiese beneficiado aceptar la invitación de Annie Sprinkle.

[3] Lo que hicieron las feministas antipornografía centralizadas en la organización WAP a principios de los 80 en los Estados Unidos fue dar un golpe de estado dentro del movimiento de mujeres en los Estados Unidos, de un movimiento que es y debe ser horizontal, diverso y descabezado. Se erigieron como las feministas auténticas y trataron de callar a las que no pensaban como ellas. Esta maniobra autoritaria retumbaría en todo Occidente y todavía hoy, treinta años después, seguimos sufriendo sus consecuencias. Demasiadas veces en mi vida, incluso ante los tribunales, he tenido que aclarar que no por ser feminista estoy en contra de la pornografía. Da igual todo lo que hayamos hecho desde entonces miles de mujeres en todo el mundo para afirmar nuestro propio discurso sexual positivo frente a esas cruzadas que amortajan el deseo femenino, en cuanto nos manifestamos como feministas se nos presupone anti-porno. Bueno, no da igual. Disfrutamos mucho llevándoles la contraria, política y orgasmicamente.

[4] En julio de 2011 Annie Sprinkle volvía a mostrar su cérvix públicamente y para nuestro deleite en la Muestra Marrana de Barcelona, un encuentro porno-feminista que organizan Diana Pornoterrorista y Lucía Egaña Rojas entre otras desde 2008.

[5] En las Jornadas Feministas del Estado Español celebradas en Granada en diciembre de 2009 una horda descabezada llegamos con la propuesta “El feminismo será trans o no será”. Todavía me emociono al recordar la ovación interminable que recibió Kim Pérez, activista transexual que había sido incluso expulsada de encuentros feministas antaño. Las transfeministas creímos que íbamos a encontrarnos con la oposición de “las otras” y sin embargo nos escuchamos, dialogamos y nos fundimos. Pero, ¿dónde se localizó el único conflicto en aquellas jornadas multitudinarias? Cuando dos abolicionistas se empeñaron en no dejar hablar a una puta. Yo no estaba delante, si no…

[6] Excepto Linda Lovelace, la protagonista de Garganta profunda, que se convirtió en una furibunda anti-porno en los 80 y llegó a asegurar en la Comisión Meese que se había sentido violada mientras rodaba escenas sexuales. Al final de sus días, volvió a posar para una revista erótica y dijo que las líderes de WAP se habían aprovechado de ella.


 

ITZIAR ZIGA

Itziar Ziga. Foto: Koldo García Llorens

Itziar Ziga. Foto: Koldo García Llorens

Itziar Ziga nació en Rentería en 1974. Estudió en el cole público de un barrio de bloques apelotonados que a ella le parecía Nueva York. Después en un instituto de Iruñea también público pero infectado por el Opus Dei, para cuya triste misión trataron de captarla sorprendentemente. A la obra deben gustarle las chicas difíciles. Se licenció en Periodismo en una universidad donde volaban las sillas por las ventanas contra los antidisturbios invitados por el rector de turno a las afueras de Bilbao. Hija de su madre, de las calles y del feminismo. Ha publicado cuatro libros en cinco años tecleando a dos dedos. Y sin dejar de beber. Devenir Perra, Un Zulo Propio, Sexual Herria y Malditas.