No existe concepto más problemático que el de verdad. Pronunciamos continuamente esa palabra sin terminar de saber qué entendemos por ella más allá de una adecuación del lenguaje a los hechos, del discurso al mundo, sabiendo además que esa pretendida correspondencia no puede ser sino incompleta, torpe y borrosa. La luz que arroja la ciencia deja vastísimas regiones de sombra donde permanece a oscuras lo que en el fondo queríamos saber. Tenemos la sensación de que sin el concurso de una razón poética o narrativa (o artística en general) la verdad no puede ser cercada sin comprobar de inmediato cómo se queda fuera toda la sal y lo que en realidad es la vida y cuanto en ella importa. Pero esa razón narrativa (la literatura, pongamos por caso, para entendernos, pero también el cine y todo lo demás) no conoce otra forma de llegar a la verdad que la de sumar mentira sobre mentira y más mentiras: inventa personajes, peripecias, países; crea de la nada historias, nos cuenta cuentos, se saca de la manga lo que falta para llegar, o al menos ésa es la idea, a una gran verdad acerca del alma humana a la que no podría accederse de ningún otro modo. Esta es la gran paradoja de la literatura, lo que la hace enorme y maravillosa y necesaria. En este sentido podemos afirmar que El Quijote es verdad, que Madame Bovary es verdad. Por supuesto que son verdad.

LA HORA VIOLETA. Sergio del Molino

LA HORA VIOLETA. Sergio del Molino

Hasta aquí el juego está más o menos claro, el truco permanece a la vista y la tramoya transparente. Pero existe un tipo de narrativa, muy en auge en estos últimos tiempos, en la que el autor pretende prescindir de la invención y alcanzar el objetivo limitándose a testimoniar verdades, cosas que ocurrieron o le ocurrieron (en cine se usa el formato del documental y en literatura se recurre a los diarios, memorias y derivados), rodajas de la vida real con su misma proporción de inanidad y drama. Y es aquí donde aparece el concepto de lo falso, ¿será verdad lo que me cuenta?, ¿ocurrieron las cosas exactamente así? Lo falso sólo existe rozando la verdad. No existía esa sospecha leyendo la narrativa más pura, cuando simplemente nos aveníamos a dejarnos llevar, más o menos hipnóticamente, por el ritmo de una historia en la que nos sumergíamos sin hacer preguntas. He aquí la segunda paradoja a la que quería referirme: lo falso sólo existe junto a la verdad, necesita su calor para sobrevivir, permanecer enredado a ella de la manera más estrecha posible, podría decirse que es casi como un parásito que estaría sin su huésped condenado a muerte. Cuanta más pretensión o apariencia de verdad, mayor presencia de lo falso. Es lo que sucede en lo que se ha dado en llamar autoficción, un género híbrido entre la invención y la pura biografía que ha acabado por destrozar las fronteras que antaño querían separar claramente ambos cosas. Los ejemplos son innumerables: Verano de Coetzee, Patrimonio de Roth, Mi madre de Ford, Experiencia de Amis; y, más cercanos a nosotros, el Marcos Giralt Torrente de Tiempo de vida, el Del Molino de La hora violeta o la Rosa Montero de La ridícula idea de no volver a verte, por citar solamente los títulos que el capricho de mi memoria me trae en este momento preciso. Creo que todos los libros que he citado están atravesados de verdad literaria. Y aun así, en rigor, hay falsedad en todos ellos en la medida en que el autor se presenta a sí mismo de un determinado modo, muestra un yo escogido entre varios posibles. Habría falsedad incluso hasta en el caso de que un autor optase por el desnudamiento más descarnado, ése en el que alguien se arranca las máscaras, se confiesa ante el mundo y afirma detestarse o ser malo o ser poco. Aun en ese supuesto, estaría ocultando sus virtudes por parecer más sincero: las veces que ayudó a un amigo, por ejemplo, el esfuerzo, los desvelos, todo cuanto podría ser tomado por el lector como muestra de antipática arrogancia. Pretender como lectores que se nos ofrezca ese tipo de verdad carece totalmente de sentido. Solo mintiendo se accede a la verdad. Los más prestigiosos documentales sobre fauna, desde los tiempos de Félix Rodríguez de la Fuente están llenos de toda clase de trampas y cartones. Sólo así podemos ver la verdad de cómo muere una liebre, de verdad, en garras de una rapaz: repitiendo las tomas, haciéndonos pasar varios individuos de una especie por uno solo, preparando la escena con cebos y fuentes de luz. Sin todas esas mentiras, la verdad nos quedaría bastante más lejos todavía.

SOBRE HÉROES Y TUMBAS. Ernesto Sábato

SOBRE HÉROES Y TUMBAS. Ernesto Sábato

Nuestra vida es muchas vidas a un tiempo, muchos caminos entrecruzados, y todo depende del lugar en el que coloquemos el foco, de qué hilo de la gran maraña decidamos tirar; es un relato que nos contamos a nosotros mismos y que varía según el día, el estado de ánimo, la torre desde la que queramos mirar. No se reflexiona lo bastante acerca del papel de la ficción en nuestras cotidianas existencias. Que levante la mano quien no se haya enamorado nunca de un ser irreal, habitante sólo de la ficción. A mí me ocurrió con la Alejandra de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, perdí la cabeza por una mujer, nacida del cerebro de un hombre que escribía a solas y a partir de ahí sucedió más veces. Creo que todos esos amores fueron verdad, y venían con su dolor y su vértigo. Y ahora, que levante la mano quien se haya enamorado alguna vez de un ser real. El ser real hace su aparición más tarde, si es que aparece; a veces tarda años, y aun así jamás terminaremos de conocerlo nunca por más que él quiera mostrarse. El lenguaje se muestra insuficiente, ni podemos salir de nuestra fortaleza, como decía Goethe, ni nadie puede acceder a ella, nos hablamos a gritos desde inexpugnables murallas. Somos secretos andantes nos lo propongamos o no, oscuridad latiente, carne que tapa nudos y pozos.

La tercera paradoja hace referencia a lo siguiente: una de las funciones de la literatura es abordar el misterio, arrojar luz sobre la condición humana, tratar de alumbrar lo escondido. Pero para ser verdaderamente literatura necesita dejar que el misterio prevalezca. Tiene que quedar intacto tras la última página. Lograrlo es prácticamente cosa de magia o de algo que se le parezca mucho.

JUSEP TORRES CAMPALANS. Max Aub

JUSEP TORRES CAMPALANS. Max Aub

Al empezar a pensar en el tema de lo falso, en literatura, el fraude, lo fake, lo primero que se viene a la mente son las bibliotecas imaginarias como la de Stéphane Mahieu, los impostores, los apócrifos, o libros como Jusep Torres Campalans de Max Aub, que ya en 1958 (mucho antes del F for Fake de Orson Welles aunque bastante después de su versión radiofónica de La Guerra de los Mundos de H. G.Wells) hizo creer al mundo, con la ayuda de montajes fotográficos de Renau, catálogos de exposiciones y todo lo demás, inventarse un artista, enemigo de Gris e íntimo de Picasso, que muchas instituciones artísticas y publicaciones más o menos especializadas de diversos países dieron sin dudar por existente. Casos como éste ha habido varios en la historia de la literatura, así como catálogos de obras jamás escritas o autores improbables que tuvieron un nombre pero nunca un rostro. Todo eso puedo considerarlo ahora pura anécdota si reparo en el hecho de que no recuerdo ahora mismo ni una sola obra maestra de la literatura que no trate al fin y al cabo del tremendo, sucio y maravilloso engaño que es en el fondo la vida.


CARLOS CASTÁN. Foto: Lydia Solans

CARLOS CASTÁN. Foto: Lydia Solans

CARLOS CASTÁN, aunque de origen altoaragonés, nació en Barcelona en 1960. Es licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, ciudad en la que ha transcurrido buena parte de su vida. Trabaja como profesor de filosofía en un instituto de enseñanza secundaria de Zaragoza. Es autor de los libros de relatos Frío de vivir  (Salamandra, 1997), Museo de la soledad  (Espasa, 2000/ Círculo de Lectores, 2001/ Tropo, 2007)) y Sólo de lo perdido (Destino, 2008), así como del volumen de artículos Papeles dispersos (Tropo, 2009), de la nouvelle Polvo en el neón (Tropo, 2012) y de la novela La mala luz (Destino, 2013).