Podríamos pensar que la música pop sabe reírse de si misma pero no se crean. El que más y el que menos, todos pretenden ser reconocidos como ARTISTAS y saben que conviene poner cara de duro, de sufridor, de seductor (añadan una “a” si hablamos de mujeres). Oído desde un escenario, el grito de “payaso” suena siempre a insulto.

Y no debería ser así. Siempre ha fluido una corriente de jocosidad por la música popular. Ahí está la agudeza del calypso o de las agrupaciones carnavalescas de Cádiz. Un pionero del desenfreno rocanrolero como Louis Jordan desarrolló una exuberante carrera durante los años cuarenta con un repertorio zumbón, donde se mezclaba comida, sexo y, sí, disimulada crítica social. Un grupo posterior, tipo los Coasters, podía seguir esa línea, pero había que estar en la onda para pillar la intención de un repertorio firmado por dos hipsters judíos, Leiber y Stoller.

Quizás los pioneros de la música pop crecieron con demasiados chistes musicales. Chistes instrumentales, como las bandas sonoras de Carl Stalling para los dibujos del Coyote y el Correcaminos, sin olvidar las descacharrantes ocurrencias de Raymond Scott. Y los chistes cantados: la legislación estadounidense protege la parodia, considerada como parte esencial de la libertad de expresión. Objetivo de demasiadas burlas, la generación del rock and roll adquirió una mueca defensiva que ya no pudo quitarse.

Ocurre además que el humor es un ingrediente que paga severos aranceles en la aduana: no se traduce fácilmente. Frank Zappa ganó una pasta gansa bromeando con la moral estadounidense, los excesos de los músicos en gira y cualquier subcultura fácilmente satirizable (Dancin’ fool, Valley girl). Pero incluso Dancin’ fool o Valley girl provocaban pocas risas fuera de sus fronteras. Además, exhibía constantemente su coartada: “esto subvenciona mi obra sinfónica”. Al final, su principal aportación al canon del humor musical fue su ácido We’re only in it for the money, donde arremetía contra el hippismo y, de paso, los Beatles psicodélicos.

Los Beatles eran muy parciales a las regocijantes tradiciones inglesas del music hall, el vaudeville y el nonsense, aunque generalmente esas pasiones se quedaran en las películas de Lester, los discos de navidad para el club de fans y los libritos de John Lennon. Este aceptó incluso ponerse la gorra de crítico para comentar, por encargo del New York Times, el libro que recogía los guiones radiofónicos de The Goons, el estrafalario grupo fundado por Spike Milligan, Harry Secombe y Peter Sellers. Cuando los cuatro gamberros de Liverpool conocieron a George Martin, solo les impresionó saber que el envarado productor de Parlophone había hecho discos con los Goons y Peter Sellers en solitario.

Monty Python fue posible gracias al rastro de anarquía dejado por los Goons y, vamos a decirlo, la generosa tolerancia de la BBC. Uno de los Python, Eric Idle, puso en marcha The Rutles, una letal parodia de los Beatles. El socio de Idle, Neil Innes, había militado en la Bonzo Dog Doo Dah Band, agrupación producida en 1968 por Paul McCartney (y recordatorio de la dificultad para ganarse la vida con el humor musical). Para hacerse una idea de lo afinado de su talento: hasta Noel Gallagher plagió su “How sweet to be an idiot” en un éxito de Oasis, “Whatever”.

All you need is cash, el certero “falso documental” de 1978, tocaba todas las teclas e incluso contaba con la presencia de George Harrison. Tal vez para disminuir su imagen de beatle avinagrado, facilitó el uso de material audiovisual de los originales y, nunca se olvide, funcionó como generoso financiero de películas bravas de Monty Python como La vida de Brian. Para que se tomen en cuenta los riesgos de mimetizarse con el entorno, recuerden que los Rutles terminaron como el rosario de la aurora, con la pareja enemistada y emprendiendo proyectos rutlescos en solitario.

Se necesita distancia para burlarse del gran circo del rock y eso tenía el director Rob Reiner, que destripó el universo del heavy metal con otro falso documental, This is Spinal Tap (1984). Se acerca tanto a los excesos reales que personajes como Steven Aerosmith Tyler o Eddie Van Halen no pillaban el punto: les parecía “realista”.

Aunque This is Spinal Tap tuvo un arranque lento, se ha convertido en un punto de referencia universal. Basta con invocarlo para facilitar la producción de bromas sobre la subespecie humana del músico. Flight of the Conchords –radio, serie televisiva, disco- encuentra su filón en la epopeya de unos neozelandeses abriéndose camino en Nueva York.

Los actores tienen la capacidad para burlarse de los aspectos más risibles de la música pop o rock: su trabajo habitual sirve como red de seguridad. Un Jack Black puede pisar a fondo el acelerador con su grupo Tenacious D. Y los cómicos disponen de licencia para destripar incluso a nombres intocables. El británico Chris Morris fue capaz de imbuirse del espíritu de los Pixies en su brutal “Mother banger”. Con cuidadín: el bufón Joe Piscopo se tomó al trabajo de avisar a los socios de Frank Sinatra en New Jersey antes de lanzar su I love rock ‘n’ roll (Medley), donde se supone que La Voz canta éxitos rockeros, presume de conocer las últimas tendencias…y es incapaz de pronunciar correctamente el apellido de Bruce Springsteen.

Son, atención, ocurrencias puntuales. En Estados Unidos, decir música y humor equivale a invocar a Weird Al Yankovic, un imitador que ha seguido la evolución de la música pop con discos y video-clips. Sin renunciar al acordeón, históricamente el instrumento del clown.

Hoy, con la pandemia de la ironía, no se sabe muy bien si nos piden la carcajada o si basta con la palmadita por su ingenio conceptual. Una banda como Dread Zeppelin deriva su gracejo de tocar clásicos de Led Zeppelin con modismos de reggae, aunque es posible que muchos se rieran más del tonelaje del cantante. Lo mismo con Richard Cheese, un vocalista de hotel aparentemente obligado a modernizar su repertorio con odiosos temas de rock, rap e indie. Solo con el nombre de su grupo de acompañamiento ya se han ganado la primera sonrisa: Lounge Against The Machine.


 

Diego Manrique

Diego Manrique

Diego Manrique

Diego A. Manrique es periodista musical. Conductor hasta 2010 de El Ambigú de Radio 3 y cofundador de la revista Efe Eme, colabora con medios como El País o Rolling Stone.